sábado, 2 de diciembre de 2017

El helenista Carlos García Gual, elegido miembro de la RAE

Filólogo, crítico y traductor, su obra se ha centrado en los mitos y la filosofía

"Solo soy un viejo profesor de griego". Con estas modestas palabras, el helenista Carlos García  Gual (Palma, 1943) ha agradecido por teléfono su elección como nuevo miembro de la Real Academia Española (RAE). En la votación del pleno celebrado esta tarde en la sede de la institución en Madrid, se ha impuesto en segunda ronda al otro candidato, el escritor gallego Alfredo Conde por 22 votos contra 5. En esa segunda votación son necesarios dos tercios de los votos de los académicos presentes. En la primera, según el propio García Gual, logró 26 votos, aunque fueron insuficientes. En esa votación inicial se necesitan también dos tercios, pero se cuenta el voto de los académicos presentes y de los que envían su papeleta por correo.
El balear García Gual, catedrático emérito de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, sucede en la silla J al dramaturgo Francisco Nieva, fallecido en noviembre de 2016. "Me hacía mucha ilusión porque no me esperaba que me lo propusieran tan pronto otra vez", ha dicho en referencia a su fallido intento del pasado mes de abril, cuando optó a la silla M en pugna con la escritora Rosa Montero y ninguno obtuvo los votos suficientes. "Es el reconocimiento a una trayectoria atenta sobre todo al humanismo, muy larga. Por otra parte, en la Academia hay mucha gente que aprecio".
Escritor, filólogo, traductor, editor y crítico, entre otros medios, de Babelia,suplemento cultural de EL PAÍS, había sido propuesto por los académicos José Manuel Sánchez Ron, Miguel Sáenz y Carmen Iglesias.
ENLACE: https://elpais.com/cultura/2017/11/30/actualidad/1512059302_329679.html

domingo, 29 de enero de 2017


LA ZONA FANTASMA

Javier Marías

3 MIN.

CUANDO LOS TONTOS MANDAN

El problema no es que haya idiotas desaforados exigiendo censuras y vetos, sino que se les haga caso y se estudien sus reclamaciones imbéciles.

DOMINGO 29 DE ENERO DE 2017

Javier Marías
LO COMENTABA hace unas semanas Jorge Marirrodriga en este diario: el sindicato de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres “ha exigido que desaparezcan del programa filósofos como Platón, Descartes y Kant, por racistas, colonialistas y blancos”. Supongo que también se habrá exigido (hoy todo el mundo exige, aunque no esté en condiciones de hacerlo) la supresión de Heráclito, Aristóteles, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. La noticia habla por sí sola, y lo único que cabe concluir es que ese sindicato está formado por tontos de remate. Pero claro, no se trata de un caso aislado y pintoresco. Hace meses leímos –en realidad por enésima vez– que en algunas escuelas estadounidenses se pide la prohibición de clásicos como Matar a un ruiseñor y Huckleberry Finn, porque en ellos aparecen “afrentas raciales”. Dado que son dos clásicos precisamente antirracistas, es de temer que lo inadmisible es que algunos personajes sean lo contrario y utilicen la palabra “nigger”, tan impronunciable hoy que se la llama “la palabra con N”.
El problema no es que haya idiotas gritones y desaforados en todas partes, exigiendo censuras y vetos, sino que se les haga caso y se estudien sus reclamaciones imbéciles. Un comité debía deliberar acerca de esos dos libros (luego aún no estaban desterrados), pero esa deliberación ya es bastante sintomática y grave. También se analizan quejas contra el Diario de Ana FrankRomeo y Julieta (será porque los protagonistas son menores) y hasta la Biblia, a la que se objeta “su punto de vista religioso”. Siendo el libro religioso por antonomasia, no sé qué pretenden los quejicas. ¿Que no lo tenga?
LA PRESIÓN SOBRE LA LIBERTAD DE OPINIÓN SE HA HECHO INAGUANTABLE. SE MIDEN TANTO LAS PALABRAS QUE CASI NADIE DICE LO QUE PIENSA
Hoy no es nadie quien no protesta, quien no es víctima, quien no se considera injuriado por cualquier cosa, quien no pertenece a una minoría o colectivo oprimidos. Los tontos de nuestra época se caracterizan por su susceptibilidad extrema, por su pusilanimidad, por su piel tan fina que todo los hiere. Ya he hablado en otras ocasiones de la pretensión de los estudiantes estadounidenses de que nadie diga nada que los contraríe o altere, ni lo explique en clase por histórico que sea; de no leer obras que incluyan violaciones ni asesinatos ni tacos ni nada que les desagrade o “amenace”. Reclaman que las Universidades sean “espacios seguros” y que no haya confrontación de ideas, porque algunas los perturban. Justo lo contrario de lo que fueron siempre: lugares de debate y de libertad de cátedra, en los que se aprende cuanto hay y ha habido en el mundo, bueno y malo. No es tan extraño si se piensa que hoy todo se ve como “provocación”. Un directivo del Barça ha sido destituido fulminantemente porque se atrevió a opinar –oh sacrilegio– que Messi, sin sus compañeros Iniesta, Piqué y demás, no sería tan excelso jugador como es. Lo cual, por otra parte, ha quedado demostrado tras sus actuaciones con Argentina, en las que cuenta con compañeros distintos. Y así cada día. Cualquier crítica a un aspecto o costumbre de un sitio se toma como ofensa a todos sus habitantes, sea Tordesillas con su toro o Buñol con su “tomatina” guarra.
La presión sobre la libertad de opinión se ha hecho inaguantable. Se miden tanto las palabras –no se vaya a ofender cualquier tonto ruidoso, o las legiones que de inmediato se le suman en las redes sociales– que casi nadie dice lo que piensa. Y casi nadie osa contestar: “Eso es una majadería”, al sindicato ese de Londres o a los padres quisquillosos que pretenden la expulsión de clásicos de las escuelas. Antes o después tenía que haber una reacción a tantas constricciones. Lo malo es que a los tontos de un signo se les pueden oponer los tontos del signo contrario, como hemos visto en el ascenso de Le Pen y Putin y en los triunfos del Brexit y Trump. A éste sus votantes le han jaleado sus groserías y sandeces, sus comentarios verdaderamente racistas y machistas, sus burlas a un periodista discapacitado, su matonismo. Debe de haber una gran porción de la ciudadanía harta de los tontos políticamente correctos, agobiada por ellos, y se ha rebelado con la entronización de un tonto opuesto.
Alguien tan simplón y chiflado como esos estudiantes londinenses censores de los “filósofos blancos”. No alguien razonable y enérgico capaz de decir alguna vez: “No ha lugar ni a debatirse”, sino un insensato tan exagerado como aquellos a los que combate. Cuando se cede el terreno a los tontos, se les presta atención y se los toma en serio; cuando éstos imponen sus necedades y mandan, el resultado suele ser la plena tontificación de la escena. A unos se les enfrentan otros, y la vida inteligente queda cohibida, arrinconada. Cuando ésta se acobarda, se retira, se hace a un lado, al final queda arrasada.