Ricardo Menéndez Salmón, La ofensa, Seix Barral

              


                 "Al terminar la película, de igual modo que, cuando tras la interpretación de La tempestad, penetró en la estancia, todos lo miraron. Pero esta vez, a pesar de que sus ojos seguían abiertos, Kurt ya no pudo notar el peso de las miradas.
                 Cuando Löwitsch se acercó, cuando renqueante y dolorido y todavía lleno de la apestosa llaga del ideal perdido el Hauptsturmführer Löwitsch se aproximó al Rottenführer Crüwell, advirtió que en el ojo derecho del hombre sentado se había formado una lágrima del tamaño de un mosquito. El antiguo oficial se acuclilló entonces ante su subordinado, adelantó sus labios hacia el rostro en completa calma y succionó el ojo derecho del sastre de Bielefeld hasta tragarse su lágrima. Al hacerlo, los párpados temblaron antes de caer sin ruido.
                  Después Löwitsch se irguió trabajosamente, movió la lengua dentro de su boca como si estuviera degustando algún magnífico caldo, aceptó acaso que en aquella lágrima se escondía el sabor de un mundo perdido y se giró buscando a la anfitriona.
                  - Der Schneider -dijo con la diáfana solemnidad de las grandes ocasiones- ist tot."


           Este es el final tan tremendo del libro de este autor asturiano que tan acostumbrados nos tiene a los buenos finales. A lo largo del mismo se plantea algo tan crudo como hasta qué punto puede soportar el cuerpo humano la visión del horror de la más terrible de las escenas. Ambientado en pleno nazismo, el protagonista Kurt debe asistir a la presencia del asesinato de todos los miembros de una pequeña aldea y soportar un espectáculo espeluznante, descrito con tanta precisión que el lector no puede menos que empatizar con él y con las víctimas.
           Es un libro estupendo que recomendamos las autoras de este artículo.
                                                                       Maribel Castillo y Nieves Castrillo