Menos
sexismo en el nuevo Diccionario
La Real Academia
Española suprime acepciones contestadas por su machismo en 2014
Algunas definiciones
son inexactas pese a haber sido incorporadas en el siglo XX
Borges se burló
del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) con su
característica inclemencia: “Cada nueva edición hace añorar a la
anterior”. No parece que vaya a ocurrir con la versión vigésimo
tercera, que saldrá a finales de 2014. Al menos desde el punto de
vista del sexismo. Algunas de las acepciones más denostadas por su
sesgo machista desaparecerán. Ya no será más huérfano quien
pierda al padre que a la madre. Lo femenino no equivaldrá a débil y
endeble, ni lo masculino a varonil y enérgico. Tampoco babosear
tendrá entre sus variadas definiciones la de “obsequiar a una
mujer con exceso” (aunque esta se enmendó durante una de las cinco
actualizaciones realizadas desde 2001, cuando se publicó la 22ª
edición del DRAE).
En las casi 93.000
entradas que recogerá la nueva obra (5.000 más que la actual) se
incorporarán enmiendas en los nombres de profesiones o actividades
que desempeñan mujeres. Entre otras, tendrán lema doble: alfarero,
-ra, camillera, -ra, cerrajera, -ra, enterrador, -ra, herrero, -ra,
picapedrero, -ra, costalero, -ra o soldador, -ra. Otras pasan a ser
un nombre común en género, esto es, un término con masculino y
femenino según el contexto, que sirve para unas y otros sin
necesidad de alterar la terminación (el/la concertino, el/la
submarinista o el/la guardabosque).
Gozos
y sombras del DRAE
Algunas
de las siguientes acepciones delDiccionario de
la Real Academia Española serán modificadas en la edición, que se
publicará a finales de 2014.
Huérfano. Dicho
de una persona de menor edad: a quien se le han muerto el padre y la
madre o uno de los dos, especialmente el padre.
Gozar. Conocer
carnalmente a una mujer.
Cocinilla. Hombre
que se entromete en cosas, especialmente domésticas, que no son de
su incumbencia.
Periquear. Dicho
de una mujer: disfrutar de excesiva libertad.
Cancillera. Cuneta
o canal de desagüe en las lindes de las tierras labrantías.
Edén. Paraíso
terrenal, morada del primer hombre antes de su desobediencia.
Hombre. Ser
animado racional, varón o mujer. / Individuo que tiene las
cualidades consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la
firmeza.
Mujer. Persona
del sexo femenino. / Que tiene las cualidades consideradas
femeninas
por excelencia.
Femenino. Débil,
endeble.
Masculino. Varonil,
enérgico.
Padre. Varón
o macho que ha engendrado. / Cabeza de una descendencia, familia o
pueblo. / Padre de familia: jefe de una familia aunque no tenga
hijos.
Madre. Hembra
que ha parido. / Madre de familia: mujer casada o viuda, cabeza de
su casa.
“La edición de 2014 tendrá miles de novedades, algunas
tan minúsculas que los lectores no las van a captar”, precisa su
director, el académico y catedrático de Lengua española, Pedro
Álvarez de Miranda. “Se trata de que el Diccionario sea mejor, no
menos machista, sino de que lo que diga sea verdad. Parece que solo
actuamos a instancias de parte y no es así… no se cambia por
protestas sino porque no es verdad. Lo que no se puede pretender es
cambiar la realidad a través del Diccionario. Si la sociedad es
machista, el Diccionario la reflejará. Cuando cambia la sociedad,
cambia el Diccionario”, añade.
Eulàlia Lledó, una
catedrática de Lengua y Literatura de secundariaque lleva años
investigando los sesgos sexistas en el lenguaje, solo comparte con el
académico un aspecto: el retrato de la realidad. En su opinión, la
casa es refractaria a incorporar usos igualitarios que están en la
calle. “El DRAE está a años luz de la sociedad. Arrastra una
inercia que parece que les gusta. Una de las misiones del Diccionario
es reflejar la realidad. Si lees las definiciones de madre, padre o
huérfano verás que no la reflejan. El androcentrismo y el sexismo
son tópicos que contravienen la realidad”.
Convengamos que les
cuesta. Retrocedamos hasta 1992, un año en el que ocurrieron tantas
cosas en la sociedad española que no había tiempo para palabras.
Para sumarse a la fiesta la RAE publicó la vigésimo primera edición
del Diccionario, la segunda que se corregía en democracia y solo
ocho años después de la anterior, sin enmendar ninguna de las
definiciones que la realidad estaba sobrepasando a toda prisa, como
periquear (“disfrutar de excesiva libertad la mujer”) o gozar
(“conocer carnalmente a una mujer”), que había figurado en la
versión de 1780 (“gozar de una muger: tener congreso carnal
con ella, consintiendo ella o padeciendo violencia”) y luego
desaparecido. Y aunque en su haber figuraron entradas como jueza,
concejala o machismo, siguió resistiéndose a incluir médica. Un
término con una extraña evolución: se registra en el canon
lexicográfico de 1925 (“mujer que se halla legalmente autorizada
para profesar y ejercer la medicina”) y se destierra de ediciones
posteriores hasta 2001.
Álvarez
de Miranda: "Se trata de que el DRAE sea mejor, no menos
machista"
En algunos aspectos, el DRAE retrocedió en el XX. En el
siglo que se consagran los derechos de la mujer como un pilar básico
de las sociedades modernas —claro que en España se obstaculizó la
igualdad (y no solo) durante cuatro décadas—, el Diccionario
incorpora acepciones que proclaman el sometimiento de las mujeres
como la citada babosear o las ningunean como ocurre con huérfano.
Hasta la versión de 1925, la definición es impecable y mantiene con
mínimos matices la introducida en el siglo XVIII por los primeros
redactores: “La persona que ya no tiene padre, o madre, o le falta
uno y otro”. Es en el siglo XX cuando se añade la coletilla que
convierte a alguien en más huérfano si pierde al padre que a la
madre.
Eulàlia
Lledó: "El androcentrismo es un tópico que no refleja la
realidad"
A la RAE, que ahora desterrará estas definiciones de su
principal obra, le ha costado dar el paso, a pesar de que ya en la
década de los ochenta encargó a tres expertas (entre ellas Eulàlia
Lledó) un informe para detectar sesgos sexistas con vistas a mejorar
la edición de 2001. “Del trabajo que hicimos, apenas recogieron
cosas. Creo que cuando vieron la envergadura, decidieron cambiar
poco. Pagaron por un trabajo que tiraron”, recuerda la filóloga.
En el estudio no se limitaban a revisar definiciones, también
analizaban ejemplos, donde detectaron una clara hegemonía de los
masculinos y una sobreabundancia de casos peyorativos en los
femeninos. “Les cuesta menos introducir cambios que tienen que ver
con las profesiones que con aspectos relativos a lo físico, lo moral
o lo sexual”, concluye Lledó. De las difíciles relaciones entre
la Academia y las feministas da fe el debate generado el año pasado
tras un informe del académico Ignacio Bosque sobre las guías
de lenguaje no sexista en el que afirmaba: “Nadie niega que la
lengua refleje, especialmente en su léxico, distinciones de
naturaleza social, pero es muy discutible que la evolución de su
estructura morfológica y sintáctica dependa de la decisión
consciente de los hablantes o que se pueda controlar con normas de
política lingüística”.
El sexismo del lenguaje comenzó a combatirse a nivel
internacional en la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer,
celebrada en México en 1975. No es exclusivo de las lenguas latinas.
El inglés arrastra sus prejuicios. En un artículo de hace unos
años, Deborah Cameron, profesora de Lengua y Comunicación en la
Universidad de Oxford, citaba fireman (bombero), gestada a
partir de la palabra man (hombre), y sustituida por el
integrador firefighter tras presiones de movimientos
femenistas. Dicho lo cual avisaba de que la lengua corre libre: “Las
instituciones pueden legislar sobre el lenguaje, pero las reformas
solo funcionan si la mayoría de los hablantes las aceptan. La gente
nunca consulta a las autoridades antes de abrir la boca”. A estas
alturas nadie comparte lo que un día espetó Leopoldo Alas: “Somos
los amos de la lengua”. Las palabras nacen, mueren o se transforman
por voluntad de todos en general y de nadie en particular (salvo
excepciones: mileurista tiene una madre reconocida que acuñó el
término en una carta a este diario que corrió como la pólvora). En
esto conciden los hacedores de diccionarios y quienes los someten a
auditorías externas. “Las lenguas dependen de la gente y las cosas
van a su cauce”, concede Eulàlia Lledó.
“El Diccionario tiene
que reflejar la realidad y toma nota de lo que pasa del uso al
desuso. Pero el Diccionario no puede acelerar el proceso”,defiende
Álvarez de Miranda. Por ejemplo, sexo débil “podría estar cerca
de la necesidad de tener una marca de vigencia porque probablemente
hoy se usa poco, pero en la próxima versión saldrá sin marca”.
En 2014 se conservarán las acepciones de sexo débil como “conjunto
de las mujeres” y sexo fuerte o feo como “conjunto de los
hombres”. Otra herencia sexista del siglo XX.
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